La propaganda abortista y la psicología: tapar la culpa con slogans verdes
El corazón de la propaganda pro aborto aspira a la justificación de los abortos ya realizados.
La pura verdad es que la postura sobre el aborto se define mucho más en el corazón que en el cerebro, y por eso hay personas brillantes que están a favor así como también quienes –no habiendo tenido acceso a una gran formación académica– tienen un instinto y un sentido común provida, que resiste todo slogan ideológico.
En ese sentido, la propaganda verde no escapa a las leyes de toda racionalización humana; se trata de un fenómeno psicológico que puede ser visto en el contexto más amplio del acomodo de datos para justificar una acción del pasado o del presente. O más simplemente, se trata de no querer ver –o de ver sólo lo que se quiere– para no sufrir, para no hacerse cargo de una realidad que se vislumbra como demasiado dura, demasiado insoportable. En este sentido, muchas de las verdes no quieren –efectivamente– que haya más abortos. Antes bien, quieren tapar, disimular, esconder los que ya hicieron. Ellas o sus amigas, sus conocidas, alguien de su familia por quien guarden afecto.
Por su finalidad práctica-emocional, la batería de argumentos verdes presenta –y seguirá presentando– una enorme cantidad de incongruencias y absurdos. Justamente porque no pretende ser un cuerpo teórico sino una pátina relativamente defendible (mientras el adversario no las arrincone) en la arena pública. El objetivo no es convencer la inteligencia, es doblegar la voluntad: ¡venceréis pero no convenceréis! Se trata de anestesiar las conciencias, haciendo creer a los demás –y a ellas mismas, sobre todo– que no mataron a sus hijos y suprimir claro está las voces disidentes que desde el llano siguen martillando con la odiosa verdad. ¡Callen a los celestes, tápenle la boca a los provida, no nos dejan dormir en paz con nuestro error!
Vivir con ese oscuro secreto es algo muy duro. Además, hace años que las personas respiran una moral líquida, incapaz de aceptar la reciedumbre de la realidad. La pared no se va a mover pero si cierro los ojos “al menos no la veo”. Sólo Dios y la confesión sacramental pueden dar las fuerzas para seguir adelante, y son muchos los arrepentidos a lo largo del siglo XX y comienzos del XXI que recorren este camino.
Se ha analizado argumentativamente el discurso pro aborto, martillando sobre él desde todos los ángulos: científico, médico, filosófico, legal, moral… Innumerables veces. Por ejemplo, recientemente llegó a nuestras manos el libro Suma Elemental contra Abortistas, de Tomás González Pondal. A lo largo y ancho de la obra, el autor –pluma en ristre– desarma muchas de las falacias verdes. Otro ejemplo sería la argumentación de la Dra. Chinda Brandolino. También nosotros nos hemos ocupado de desmontar los errores, sofismas y mentiras de las verdes.
Hoy proponemos un enfoque no contrario pero sí distinto: el eslogan verde no como una idea a defender sino como una forma de eludir la responsabilidad ante el propio acto sexual. Separar el placer sexual de la reproducción, dijo textualmente Dora Barrancos (“historiadora” feminista, llegada al poder este domingo, al calor del kirchnerismo y el albertismo) en el Congreso. Antes del aborto, ahí tiene usted la anticoncepción para evitar las responsabilidades ligadas al ser padre y ser madre. Una vez embarazada, la propaganda verde operará despersonalizando al bebé; y un marco mental justificativo de la acción que se pretende realizar va cobrando viabilidad en la cabeza de esas mujeres. Después, y para sepultar a esa conciencia que todavía grita y se retuerce, una cantidad de “razones” que todos ya conocemos.
Este es el mecanismo oculto de la narrativa pro aborto, su ventaja competitiva. Es emocional, no racional. Es afectiva, no intelectiva. No busca ni le interesa “convencer” sino superar obstáculos: por eso, como dijo Sztajnszrajber en el Congreso el año pasado, saquemos a la verdad de la cuestión pública. Ellos quieren sacar a la verdad del medio porque la verdad es molesta, incomoda, estorba, jode. La verdad de siempre es la pornografía de hoy. No puede IPPF ganar tanto dinero con la verdad, no pueden las personas desembarazarse (nunca mejor usado el término) de la responsabilidad de ser padres desde la verdad. Nosotros, al contrario, y por esto mismo, debemos apoyarnos en ella. Y la Verdad no es otra cosa que Dios mismo. Por eso debemos confiar y seguir dando testimonio de lo que es, de lo que las cosas son, dado que –como ha dicho el gran filósofo alemán Josef Pieper– “cada vez que decimos una verdad, el Reino de la Mentira retrocede”.