Carta a los amigos desconcertados
Por Francisco Díaz Vietti
No me tomen a mal, es quizás la edad que me acicatea a decirles cosas a ustedes, o puede ser que esté respondiendo a algún pedido cordial averiguando mis pareceres… No es que esté desconcertado, al contrario, reluce con mucha fuerza en mi interior lo que sembraron mis mayores. Y esa tradición recibida se parece a una brasa interior que quema y obliga a quitársela hacia el exterior. “He venido a traer fuego y cómo quisiera que ya estuviera ardiendo” y ojalá sea brasa de ese Fuego divino. Empiezo.
Se cuenta del Cid Campeador que optó por desterrarse cuando la ambigüedad del Rey fue insufrible y, desde entonces, las gentes comenzaron a llamar al Cid “gran caballero sin señor a quien servir”. Fea situación, quizás la más fea, cuando la inteligencia está sola en el mundo y ella lo sabe. No porque el argumento de autoridad sea el primordial, al contrario, es la última de las razones por la cual un racional acepta actuar sin suficiente claridad de razonamiento. Sin embargo, tener la Autoridad de los mayores presentes como guía es una gran tranquilidad para el camino porque nos permite no buscar muchas razones a nuestras decisiones. Pero el Cid no tuvo más un Rey temporal en quien confiar, lo cual duele adentro y desconcierta, se piensa en no continuar como un derrotado y hasta en regresar al capullo tibio arrepentido de haber obedecido. Es como la garra de la soledad.
Muchos de mis amigos están desconcertados y quisieran retrotraerse a cuando no debían pensar sino actuar bajo órdenes claras y seguras, pero eso ya no se puede. Aquello era la paz y la Fe sobre la tierra. En cambio ahora todo es locura. Ven ahora que no tiene concierto lo que habían recibido en su infancia y lo que ahora se vive. Y este desconcierto en todos los niveles, aunque no en todos mis amigos, porque algunos entienden que el argumento de autoridad, cuando estaba, no es definitorio y muchas veces hasta no se lo puede tener en cuenta. Esto lo ven sólo algunos amigos más enraizados en los buenos principios que iluminan sus decisiones, pero otros no pueden entender que ellos anden en verdad cuando se los critica desde diversos podios y caen en el desconcierto de sentirse errados. Estos más desconcertados da la casualidad que también han olvidado cuáles eran los tres enemigos del cristiano o les parece que la palabra “enemigo” es muy antigua y periclitada.
Sólo algún ejemplo del desconcierto por ausencia de los argumentos de “autoridad”, para no complicarla más y provocar todavía más desconcierto. Porque esto intenta ser una carta para amigos, no para enemigos. Y el ejemplo será del orden político, y es “creer” porque lo dice la autoridad educativa-ideológica-política-religiosa de turno que el sistema democrático liberal funciona, pero el problema son los comunistas. Y se desconciertan algunos de mis amigos cuando pasan los años bajo el sistema de opresión del número inventado en la Revolución francesa y le siguen echando la culpa a los comunistas (o también insultan malamente a los “tontos” que no “saben” votar. Pero es “voluntad popular” no inteligencia popular, les argumentaría para quitar algo del desconcierto, sin embargo no captan la diferencia). Y siguen creyendo que la cantidad produce la cualidad, lo cual desconcertaría a mi pobre vieja cuando me exigía no seguir a la masa, o patota decía ella, porque podrían tirarse al precipicio y yo no debía saltar con ellos aunque fueran muchos…
¿Qué loco, no? E intentan escapar del sofisma con angelismos entusiastas como “bueno, algo debemos hacer”, “hay que comprometerse en política” (entendiendo ellos unívocamente al término como partitocracia), “por alguno debemos votar”, “juntemos firmas”, “hay que elegir al menos malo”… é via dicendo. Que si el desconcierto no reinara tanto en sus corazones, podrían ver la comodidad psicosomática de donde tales objeciones subjetivistas derivan, a saber, de la cultura de la pantalla que me alienta a ser un héroe metiendo un like anónimo a una frase llena de lucecitas. Y después de reenviar el texto, sigo tomando mate con facturitas mirando el celu y sintiéndome el Sargento Cabral.
Desconcertado amigo, te escucho pensar tu recriminación: ¿entonces qué hacemos? Aquí justamente está la causa del desconcierto, la de quedarse sin “autoridad” que le responda la pregunta. ¡Cómo si hubiera una Autoridad prudencial y práctica más allá de mi conciencia! No, amigo desconcertado, nadie será juzgado por nuestras acciones en lugar nuestro. Solita estará mi conciencia frente a mí mismo y frente a Dios, y ¡que nos pille confesados! Como repetía mi abuela gallega.
Pero se sigue “objetando” a la crítica del sistema liberal democratista creador de hombre masa, condenado seis veces por la Iglesia, el ¿entonces, qué hacemos? Como las adolescentes que van al cura y le preguntan si tienen que entrar al convento para hacerse monjas. Que una adolescente “delegue” malamente la conciencia en otro, vaya y pase debido a su adolecer, y así les va. Pero que mis canosos amigos busquen una autoridad moral que les indique el camino prudencial hacia el Bien Común, el más divino acto de caridad fraterna según Pío XII, me resulta feo. Y ni qué decir cuando objetan que “la autoridad tal”, sea el cura o el gran señor, les dijo que estaba bien votar por tal o cual. Se acabó la discusión, la revelación divina habló por boca de “aquella autoridad” moral, y “¿quién sos vos para discutir tamaña autoridad?”. El cartero da o quita la veracidad a la carta. Profundo desconcierto, pero la piara sigue amontonadita y en el barro tibio, lo único importante: ¡no estar solos! ¡Vamos bien porque muchos lo sentimos así!
Entonces, los fracasos reiterados por seguir o consentir sistemas corruptos y corrompedores, les trae el desconcierto. Síntomas de este error de ignorancia culpable: tibieza, individualismo, avaricia (y acá estamos en un problema grave porque es Mamón el señor contradictorio de Dios), mundanización, amarga esterilidad… “Por sus frutos los conoceréis”, o por la ausencia de frutos frente a la obligatoria productividad de los talentos recibidos.
Desconcertados en el sistema, ¡genial! Exclama la plutocracia. A río revuelto, ganancia de pescadores. Y el sistema liberal sólo pretende ahora que tengan mucha fe en el sistema: “hay que creer en la democracia”, “los errores de la democracia se curan con más democracia”. ¿Dónde fomentar la fe en la democracia? ¡En la pantallita!!! Todos con su celular desde antes del año de vida hasta la muerte… Y hasta post mortem porque la Inteligencia Artificial nos posibilita hablar con un ser querido muerto-trucho. Pero la masa le cree a la pantallita, cree que habla con el muerto, cree en el político que allí aparece precioso y buenito, cree en que la tierra es plana tanto como cree que el hombre llegó a la luna, cree que hay agua en planetas a millones de años luz de la tierra…
Desconcertados pero conectados. Nada de pensar o criticar, hay que tener fe en la pantallita. Y seguir. Vendrá entonces la paz sobre la tierra cuando el progreso indefinido tecnócrata triunfe. Y viviremos cientos de años. Y no hay nadie en el infierno porque lo dijo el Papa. Argumentos de Autoridad que no deben ser juzgados, hay que tragarlos para no quedar desconcertados despertando a mi conciencia dormida.
Es preferible creer en la pantalla y no quedar solo como el Cid.